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BONILLA, DE ESTRELLA A ESTRELLADO

Ni el mayor de sus enemigos puede poner en duda lo mucho que Jaime Bonilla hizo y le dio a la 4T de 2012 a 2019. De ser una fuerza marginal, condenada a un eterno tercer lugar en las elecciones federales y a mucho menos en las locales, la izquierda comenzó a pelear por segundos lugares y, finalmente, se encumbró hasta las máximas alturas en la década pasada. En ello, el ingeniero fue piedra angular y pieza absolutamente toral.
Pero el problema para Bonilla fue que, a sus 69 años, le vino una crisis de la mediana edad con el poder y en plena senectud. Desde su época como directivo beisbolero, Bonilla nunca se caracterizó por la pulcritud en su actuar y las buenas maneras, pero si por ser un sujeto pragmático, que, pese a liderar un movimiento izquierdista y simpatizar abiertamente con Andrés Manuel López Obrador, supo negociar y sobrevivir en un estado totalmente panista.
Sin embargo, luego de que ganó las elecciones, Bonilla se transformó debido a su obsesión por gobernar los cinco años que creía merecer por haber ayudado al hoy presidente. «No los pido, los merezco simplemente», decía a sus allegados, cuando, mediante la Ley Bonilla, el primero de una serie de costosos desfiguros, quiso ampliar su mandato de dos a cinco
Bonilla jamás entendió que, si el presidente le pidió que fuese como candidato en 2019, es porque su plan era que solo gobernaba dos años y luego darle otras tareas. En la obsesión de los dichosos cinco años, Bonilla socavó su amistad con López Obrador, hasta el punto de romperse.
El ex mandatario tampoco comprendió que ese pragmatismo que usó en los 12 años que convivió con el PAN, el cual le permitió no ser perseguido como otros opositores, era el mismo que debía aplicar cuando acabara su periodo para seguir no solamente en la política, sino irse a las Grandes Ligas y, desde ahí, ser respetable y respetado. El mejor ejemplo de que un político pragmático nunca muere es Manlio Fabio Beltrones, quien, pese a que el PRI vive su peor hora, regresara al senado como si nada a sus casi 72 años. Bonilla jamás entendió cómo pertenecer al sistema, que siempre existirá independientemente de quien gobierne. Y, a veces, para seguir perteneciendo, hay que irse un rato fuera de los reflectores
Mucho de similitud tienen las actitudes de Monserrat Caballero y Bonilla, pero mientras la alcaldesa es una mujer joven a la que el poder le llegó prematuramente y sin la madurez para entender sus procesos, en el ingeniero, como reza el dicho, «a la vejez, viruela»
Indignado por no poder extender su mandato, ni tener la venia para construir un maximato en el estado, Bonilla optó, entonces, por romper todo. Primero, abandonó el partido que había ayudado a construir. Después, apoderándose del PT, lo torpedeó desde fuera. Y, finalmente, quiso construir una especie de arca de salvación donde él y solo él, como el Noé bíblico, salvaría a la 4T del diluvio que, supuestamente, la estaba destruyendo en Baja California. A juzgar por la votación del domingo, la gente le tomó por orate
El cuento de la 4T buena, abanderada por los colores del Chapulín Colorado, contra la 4T mala teñida de azul, que contó los dos últimos años, llegó a su fin. Su último lugar en la votación para el senado, junto a la trasfuga Janeth Tapia, fue el colofón de su carrera política. Solamente le quedará volver a Otay, con su doble nacionalidad como único fuero para sus múltiples pecados fiscalizables. Desde ahí, lo único visualizable es la silla del distrito de Agua, que ya tuvo alguna vez y atisbar a México, a lo lejos y tras la valla, desde la ventana. Colorín, colorado…

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