
Marco Rubio tenía razón.
Y no lo dijo un analista militar, ni un académico con mapas en PowerPoint. Lo dijo el secretario de Estado de Donald Trump, Marco Rubio: Lo que más preocupa no son solo los cárteles, sino la tecnología que están comenzando a usar.
Anoche, en Tijuana, esa advertencia cobró forma, sonido y terror.
Tres drones cargados con explosivos caseros sobrevolaron el cielo de Playas y cayeron sobre instalaciones de la Fiscalía General del Estado. No hubo muertos, pero sí algo peor: la constatación de que el crimen organizado ya no pelea sólo en las calles, sino también en el aire.
Mientras el discurso político mexicano sigue estancado en el conteo de homicidios y decomisos, los cárteles han dado un salto cuántico. Pasaron de los radios y las camionetas blindadas a operar con drones, redes encriptadas y tecnología militar adaptada al contexto urbano. Y el Estado mexicano —burocrático, lento y dividido— apenas reacciona.
No es exageración: lo que ocurrió en Tijuana marca un antes y un después.
Es evidente, cuando un grupo criminal logra atacar instalaciones gubernamentales con drones explosivos, deja de ser un “grupo” y se convierte en una fuerza paramilitar con capacidad de ataque estratégico.
Rubio lo vio venir. Washington lo entiende. México no.
El mensaje de Rubio —criticadísimo en su momento por “alarmista”— era claro: la frontera ya no es sólo un punto geográfico, es una zona de experimentación criminal. Lo que se prueba en Baja California hoy, puede replicarse en cualquier ciudad del país mañana.
El ataque no sólo incendia la narrativa de “control territorial” que presume el gobierno mexicano, también exhibe la ausencia de inteligencia tecnológica. Mientras los drones del crimen vuelan con explosivos, los del Estado apenas sobrevuelan para tomar fotos de vialidades.
El enemigo evoluciona; el gobierno administra.
Y en esa brecha se abre un vacío de poder que cada día se llena con clavos, balines y fragmentos metálicos lanzados desde el cielo.
Quizá lo más alarmante no sea el ataque en sí, sino la velocidad con la que el crimen se moderniza frente a un Estado que sigue atrapado en el siglo pasado.
Hoy los drones no sólo cargan explosivos: cargan la prueba de que la tecnología, en manos equivocadas, puede más que cualquier discurso de seguridad.
Marco Rubio advirtió el futuro.
Anoche, en Tijuana, ese futuro se volvió presente.